«Podrías haberlo hecho mejor». «No tienes derecho a descansar todavía». «Te estás relajando demasiado», etc… Son frases que muchas personas hemos escuchado en nuestra cabeza, una y otra vez, como si de una radio encendida se tratase. La hiperexigencia es esa voz interna que nunca está satisfecha, que sube el listón una y otra vez sin dejar espacio para el descanso o la celebración. En este artículo te hablo de cómo trabajar en tu autoexigencia para que vivas con más tranquilidad y gestiones de una forma más saludable tus responsabilidades.
La hiperexigencia es como un jefe severo que, en lugar de reconocer tu esfuerzo, insiste siempre en que podrías haber hecho más. Este «jefe» no entiende de pausas ni de contexto: da igual si estás agotado, si has tenido un día complicado o si necesitas un respiro. Su mensaje es claro: no pares, no aflojes, no falles.
Las consecuencias de vivir con un juez interno implacable:
La autoexigencia no es mala de por sí, ser disciplinados, tener compromiso o responsabilidad con lo que hacemos son cualidades positivas que nos impulsan, sin embargo, cuando la autoexigencia se vuelve extrema es cuando empieza a ser perjudicial. Algunos de los efectos negativos que puedes estar notando son:
- Sensación constante de insuficiencia y ausencia de orgullo de uno mismo/a: Cada logro pierde su valor en cuanto lo alcanzas. No hay celebración, solo un nuevo objetivo.
- Imposibilidad de relajarse y descansar sin culpa: hasta que no está todo hecho y bien te prohíbes descansar, y como la mayoría de veces no estás satisfecho con el resultado o bien te pones mil tareas al día, el descanso cada vez lo pospones más y más.
- Agotamiento extremo: En lugar de impulsarnos, la autoexigencia desmedida nos drena energía y puede llevarnos al bloqueo.
- Desconexión de nuestras necesidades: la hiperexigencia no respeta el contexto ni las circunstancias. Nos obliga a seguir adelante sin importar lo que estemos atravesando.
- Hipotecas tu presente por un futuro de éxito que nunca llega: este tipo de exigencia nos hace creer que seremos mejores si nos exigimos sin límites, pero en realidad nos conduce al estrés y a la frustración constante.
¿De dónde viene esta voz crítica?
La hiperexigencia no aparece de la nada; suele gestarse en la infancia, en esos primeros años en los que aprendemos qué nos hace valiosos y merecedores de amor o reconocimiento. Si crecimos en un entorno donde los logros eran la medida de nuestro valor, es probable que hayamos interiorizado la idea de que solo somos suficientes si rendimos al máximo.
Además, vivimos en una sociedad que glorifica la productividad. Se nos bombardea con imágenes de personas que «lo hacen todo bien», lo que refuerza la idea de que si no estamos siempre en movimiento, nos estamos quedando atrás.

¿Cómo podemos liberarnos de esta trampa mental?
No se trata de dejar de esforzarnos o de perder el interés por mejorar, sino de encontrar un equilibrio más saludable. Algunas estrategias clave incluyen:
- Reconocer a tu «jefe interno»: Ponle cara a esa voz exigente. Imagina que es un personaje y obsérvalo con distancia.
- Aceptar que no necesitas ser perfecto: No hace falta dominarlo todo ni controlarlo cada detalle para ser valioso. Acepta tus límites y pide ayuda a los demás.
- Celebrar los pequeños avances: En lugar de enfocarte solo en el resultado final, aprende a disfrutar del proceso.
- Darte permiso para descansar: No necesitas «ganarte» el derecho a desconectar. El descanso no es una recompensa, es una necesidad y la gasolina para tu día a día. Debemos dejar de romantizar el estar agotados siempre como símbolo de esfuerzo.
Si te sientes identificado con esta lucha interna, en el nuevo episodio de #atusaludmentalpodcast profundizo en la hiperexigencia, sus raíces y en cómo podemos comenzar a negociar con esa voz que nos exige sin descanso. ¡No te lo pierdas!
https://youtu.be/M5C9MionEV8
https://open.spotify.com/episode/5rRYaeFWfmV3hOBsBPjaT8?si=20a64dfd894c4a0c
Espero que te haya servido este artículo.
Un abrazo,
Natalia de A tu salud mental.